Irreconocible en una foto de 1991 en el cementerio de locomotoras a vapor de Uyuni, ¿ quién habrá hecho la foto ? |
Oruro, jueves 14, 1991, del cuaderno de viaje
Potosí – Oruro
El viaje como búsqueda interior
El viaje hasta aquí - Oruro - fue cruel, no recuerdo haber pasado nunca tanto frío, apenas con una campera liviana viajando por el altiplano, ese ferrobùs parecía mas un congelador que un medio de transporte.
Pero al fin llegué, dos horas mas tarde de lo anunciado. Como siempre la primera impresiòn es dura, la ciudad es una mezcla de favela brasileña con la montaña boliviana, pero la gente es muy afable y muy bien.
Salí a recorrer la ciudad luego de dormir y entrar en calor, hice unas compras,
me admiré con el Mercado Campero como le dicen aquí, es que cada ciudad es un gran bazar, donde se ve, y se puede obtener de todo, un walkman Sony por U$S 70, por ejemplo,
ponchos, picantes, en este caso mas ropa jean ( mas de una cuadra de puestos uno al lado del otro ).
El Mercado Campero ocupa unas dos manzanas repletas de negocios, a las que se suman las laterales, y recuerdo ahora que de siete días que estoy en Bolivia
solo una vez alguien se acercó a pedirme algo, y quizás esa sea la sensación mas extraña de todas, la de poder andar por las calles sin ningún tipo de problemas ni peligros y sin el acecho de los mendigos. Y no es que no exista la pobreza, la hay y en gran cantidad, pero todo el mundo trabaja, todo el mundo hace algo.
Un caso para comentar : tanto en Potosí como en Oruro, los niños ( hasta 13 años ), son los encargados del hotel donde estuve y del residencial donde paso ahora,ellos anotan a los viajeros, reciben gente y en muy raras ocasiones se ven personas mayores, creo que el dìa que vi realmente a los dueños del hotel, fue al abandonarlo,cuando me llamaron para que fuera con el dueño un piso mas arriba, yo con miedo de haber hecho alguna macana o de que me quisieran cobrar algo mas.
Sin embargo me encontré con - y no me olvido mas - la imagen de una señora mayor con su sombrero de copa recto y alto, a la cabecera de una mesa, dos pasajeros mas extranjeros, y el dueño, todos ellos esperandome, serían las cuatro de la tarde, para que cenara.
Yo me iba en el tren a Uyuni a eso de las cinco y media, ya había comido y sin embargo me hicieron brindar con una fuerte bebida alcohólica y comer, realmente ya no podía mas , pero no podía desairar a mis huéspedes.
He recorrido no poco, y nunca mas vi algo así, era como una ceremonia que cumplìan con cada huésped que se retiraba.
Los dejé, levanté mi mochila y bolsos de la habitación y me fui a la estaciòn a esperar el tren que me llevarìa a Uyuni, sitio evocador ya desde su propio nombre.
Que podía encontrar allí ni me lo imaginaba, apenas lo que había leído en un poema que llegó a mis manos, me lo había dado un amigo junto con otros materiales de la Feria del Libro de Buenos Aires.
Reloj en plaza de Uyuni, fuente Wikipedia |
Era bien poco para moverse tantos kilómetros, pero la voracidad de hacerlos y desentrañar el misterio de un lugar ignoto, era mas fuerte.
Los viajes siempre son búsquedas interiores, donde al enfrentarnos al paisajes cambiantes sucede lo que el alquimista llama trasmutación, pasamos a ser otros, y esa otredad no es el fruto de lo que vemos exclusivamente, sino, y en mayor parte, de lo que llevamos, el paisaje está allí, y estará siempre.
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