Historias de Andenes I
No lo sé, y como no lo sé voy a comenzar por donde mi memoria me vaya llevando.
El gordo Enzo, un amigo del alma, vivía en BsAs, me conocía sabía mis gustos, siempre que viajaba a visitarlo tenía una serie de recortes de diarios y de revistas de todo tipo de temas que conocía me podrían interesar, por supuesto que entre ellos estaban los trenes, que en Argentina son y han sido un motor de la vida del país. Enzo vivía, en ese entonces, a unas cuadras ( calles ) de la Quinta de Olivos, la vivienda del presidente en ejercicio, donde termina la línea Mitre. La línea Mitre cruzaba la calle, la línea no los trenes, pues la vía estaba interrumpida por la Estación Mitre, final de la línea. En sus comienzos la línea llegaba hasta Tigre, en esa época – años 80 – ya no, la supe recorrer a pie, entre los pastizales.
Hoy la vieja línea se ha transformado en el lujoso Tren de la Costa, un auténtico shopping center a cielo abierto.
Pero vayamos a los recortes de los que Enzo me proveía, en uno de ellos, en realidad era un pequeño folleto que había retirado del Stand boliviano de la feria del libro de BsAs ( Enzo era periodista y tenía acceso a todos lados ), dicho impreso era un poema romántico de un viajero que, rumbo a Uyuni en busca de su enamorada, veía el áspero paisaje y el vagón lleno de polvo, tanto que no podía ver dentro de un extremo a otro.
Uyuni, Bolivia.
Uyuni para mi era un nombre desconocido, poco podría imaginarme que con los años visitaría su estación.
"La protegida de la patria", así dice un cartel en la entrada de la Estación, ubicada en medio de la nada, recostada al salar, con calles muy anchas y desprovistas, que acentúan aún mas las soledades del lugar. Había llegado allí desde Potosí, en un viaje nocturno en un coche motor frío, tan frío como una nevera. A las 3 de la mañana se va al hotel que está abierto, no hay mucha posibilidad de elegir, en Uyuni tampoco hay muchos hoteles para elegir.
La "habitación", parecía una celda, mas parecido a una "cárcel popular" – comunes en los setentas –que a una estancia para dormir, pero, siempre hay un pero, la higiene y la limpieza, tanto de la habitación como de los lavabos era muy buena, además quedaba cerca de la estación de tren.
Dormí y descansé muy bien, que eso es lo que mas importa, y luego de desayunar puse rumbo a ver llegar y salir trenes.
Al poco rato, una pareja se sienta a mi lado, el hombre de unos 30 años, argentino, me pregunta acerca de horarios de tren, poco podía yo informarle, pero ……la conversación estaba servida.
El buen hombre era minero, mas bien, buscador de vetas, con su esposa teniendo unos días libres decidieron venir a visitar Uyuni. Siempre – desde ese momento – me pregunté qué tenía Uyuni para que fuera "la elección " de sus pequeñas vacaciones; no hice el trabajo de ver en el espejo, pues yo también estaba pasando unos días allí.
La charla, de vecinos del Río de la Plata, pronto fue cordial, cada uno nos contamos lo que hacíamos y yo pregunté sobre qué era y como era la vida de ser minero, mi interlocutor no tenía las trazas de ser un simple obrero, sino que caía dentro de lo que podríamos decir "empresario de minas".
Me contó, todo dicho como por aquellos que ven platillos volantes, con total convicción de un hecho que había sucedido mientras buscaban plata en los cerros, la excavadora, de motor diesel, no arrancaba, estaban cerca de un río y el día se les iba mientras por todos los medios – infructuosamente – trataban de hacer funcionar el ingenio. Frustrados, dejaron para el otro día la tarea, volverían con un mecánico mas avezado a comenzar la tarea. Uno de los obreros, insistió en que se debía hacer una ofrenda a la Pacha Mama en lo alto del cerro hacia donde iban yendo, por no contrariarlo y no teniendo nada que perder, accedió.
La ofrenda, muy común en los Andes, de volcar vino y quemar hojas de coca y enterrar un feto de llama, no había terminado cuando escucharon a lo lejos la máquina que comenzaba a funcionar "sola". No tuvieron mas que volver para apagarla y regresar al tro día a trabajar sin mas problemas.
No había un dejo de duda en su historia, no tenía que predicarme nada, yo tampoco le dije si le creía o no, era una historia de las montañas. Como la del pájaro de oro. Cuentan, los eternos buscadores de la veta que los haga ricos, que muchas veces, cuando están al borde de la ruina, la desesperación y prontos a abandonar la búsqueda, algunos mineros se ven premiados con la visión de un pájaro de oro, que volando se posará en la montaña donde sí hay que buscar, logrando de esta forma mágica y sobrenatural comunicar al minero el sitio correcto para su búsqueda.
El alcohol – de muy alta graduación – que beben los mineros, la coca que los insensibiliza, la fatiga, hacen ver todas estas maravillas ?
Las leyes heredadas de los Incas son muy sencillas, se resumen en tres " mandamientos " :
Ama Sua
Ama Quella
Ama Llucla
Ama Quella
Ama Llucla
No mientas
No robes
No seas holgazán
No lo sé, son las historias que solo se conocen teniendo tiempo, sabiendo escuchar y visitando las estaciones de tren.
El robo de las Monjitas, Montevideo, Uruguay
El atardecer en la estación Carnelli de Montevideo tiene un color dorado. El sol cae directamente enfrente, detrás del Cerro de Montevideo, dando este tono tan especial de los rayos que iluminan pero no ciegan.
Entre las 3 de la tarde y las 8 de la noche, hay unos cuatro o cinco trenes que paran para subir pasajeros, otros tantos se los ve haciendo maniobras. Siempre hay, entre los pasajeros, algunos "outsiders" como yo, personas que eligen, en lugar del banco de una plaza, el de un andén de estación.
No recuerdo el día, no importa tampoco, sé que estaba de vacaciones y no hay mejor motivador para el que quiere hablar que tener alguien a su lado que no habla, no sé como pero un parroquiano entabló conversación conmigo.
Era un hombre ya veterano ( veterano = mas de 60 años ), con unas cuántas arrugas encima y tantos trabajos duros.
Como sin quererlo me dice : " yo vi a las monjitas cuando escapaban, estaba en la Plaza Suárez – a pocas calles de estación Carnelli – cuando vi pasar un camión y me llamó mucho la atención que detrás, casi como colgada, iba una monjita", yo le pregunté : " y no avisó a la policía ?", " no, para qué ?".
En los tumultuosos años sesenta ( así dicen los periódicos ) yo era apenas un niño, hubo un robo que está aún sin resolver, en una Financiera ( especie de entidad bancaria, sin ser banco que opera con inversiones y moneda corriente ) muy cercana al Palacio Legislativo de Montevideo , apenas unas diez o doce calles. Una tarde de otoño, dos monjitas entran inocentemente al edificio y cuando son atendidas por el personal, muestran su verdadera cara : venían a llevarse todo lo que hubiera de contante y sonante.
Huyeron, nadie supo mas nada de ellas ( ¿ de ellas ? ).
Con los años, llegó a sospecharse de uno de los grupos guerrilleros que operaban en esos años, pero las pistas se perdieron.
Habrán sido los tupamaros quienes hicieron todo el montaje de las monjitas ?
Nadie lo puede saber, quizás ese testigo que vio el camión hubiera podido colaborar a desentrañar el caso, solo sé que me quedé sorprendido por la confesión que no había solicitado.
1 comentario:
El viaje es diferente, con el constante traqueteo de las vias y durmientes, los sonidos y chillidos de la bocina del tren... Se ve mismo en los rostros de las personas que aún lo utilizan, personas que no son de la capital y que seguramente sus generaciones anteriores utilizaron diariamente este medio de transporte maravilloso. Yo lo veo cada vez que parto de Carnelli para Pando (Canelones - Uruguay)a ver a mi novia...
Mal o bien el tren ha formado parte de mi vida y le estoy agradecido por bellas tardes, frias madrugadas de vuelta para Montevideo y ver otras cosas que las que uno esta acostumbrado.
Que no se apague nunca la magia del tren en Uruguay...
Sebastian.
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